El primer desfile del orgullo LGBTQ de Los Ángeles, que incluía carrozas, carteles con mensajes de protesta serios y cómicos, disfraces, lemas, motoristas, mascotas y la representación de una redada policial en un bar gay por parte de drags, recorrió Hollywood Boulevard el 28 de junio de 1970.
Pero estuvo a punto de suspenderse.
El Comisionado de la Policía de Los Ángeles, que emitía los permisos para los desfiles, impuso unas condiciones (económicas y de otros tipos) muy estrictas a los organizadores del desfile del orgullo, requisitos que otros grupos no debían cumplir. Los comisarios no solo mostraban su hostilidad abiertamente ante los organizadores del desfile, sino que también se burlaban de ellos.
En ese punto, los organizadores decidieron contactar con la ACLU del Sur de California.
“Estas condiciones son desorbitadas” dijo el abogado Herb Selwyn, quien se encargó del caso con la ACLU SoCal. Declaró a Los Angeles Times que “hacían imposible la celebración del desfile y vulneraban el derecho a reunión pacífica de unos ciudadanos que respetan la ley”.
Selwyn ya era alguien conocido en las causas civiles de la comunidad LGBTQ. En la década de 1950 ayudó a formar una de las primeras organizaciones LGBTQ estadounidenses, la Mattachine Society, y redactó un resumen de “Conozca sus derechos” que se podía imprimir en una tarjeta y consultar en caso de abuso policial.
En 1968, y respaldado por la ACLU, representó legalmente a dos hombres que habían sido arrestados durante una violenta redada policial en el Black Cat, un bar gay de Silver Lake, durante una fiesta de fin de año.
El Tribunal Supremo de los Estados Unidos no aceptó la audiencia del caso Black Cat, pero los argumentos presentados acabaron por ser ampliamente aceptados.
Antes de que Selwyn representara a los organizadores del desfile, había tenido una reunión catastrófica con el comisionado de la policía para obtener el permiso. “Decidimos no usar la palabra homosexual”, comenta desde su casa de Los Ángeles Troy Perry, que a sus 82 es el último organizador de ese desfile que sigue vivo. Pidieron el permiso con el nombre de la Metropolitan Community Church, sin mencionar que la iglesia, fundada por Perry, se creó como lugar de culto para la comunidad LGBTQ.
“Querían saber qué clase de iglesia era”, comenta Perry. “Les respondí que era una iglesia cristiana.” Pero las preguntas seguían y Perry perdía la paciencia.
“La cuarta vez que preguntaron, dije: ‘¡representamos a la comunidad homosexual de Los Ángeles!’. Parecía que les fuera a dar un infarto”.
En esta época, la LAPD estaba liderada por Ed Davis, jefe de la policía marcadamente homófobo que solía ordenar redadas en bares gais y defendía las técnicas de aprisionamiento para realizar arrestos. Varios hombres gais murieron bajo custodia policial, y muchos recibieron palizas por parte de los agentes. Davis, que equiparaba las identidades LGBTQ con los comportamientos criminales, declaró ante la comisión que: “Desde un punto de vista legal, sería muy desacertado causarle molestias a la gente permitiendo desfiles de ladrones, atracadores u homosexuales.”
Morris Kight, uno de los organizadores del desfile, contratacó con las siguientes declaraciones en el L.A. Times: “Este comentario demuestra una ignorancia colosal que nos lleva a la raíz del profundo desconocimiento que existe en la comunidad”.
Pero Davis se alzó con la victoria. La comisión decidió con 4 votos a favor y 1 en contra que los organizadores depositaran una fianza y pagaran un costoso seguro de responsabilidad. “Dijeron que era para cubrir los daños que sufrirían los negocios con las piedras y los ladrillos que la gente nos iba a lanzar”, cuenta Perry. “Era el mismo trato que recibieron los judíos por parte de los nazis: que paguen por los desperfectos que ocasionan otras personas”.
Los organizadores no pudieron recaudar los fondos necesarios para cumplir con las demandas del comisionado. “No teníamos ni $100 entre todos”, admite Perry.
Kight, que murió en 2003, tuvo la idea de ponerse en contacto con la ACLU SoCal, que acepta casos de derechos civiles y justicia social sin cobrar ningún honorario a sus clientes.
Selwyn, que murió en 2016, llevó este asunto de vuelta ante el comisionado policial. Habló con un reportero de Los Angeles Times, a quien le contó que el comisionado requería “la firma de un seguro de responsabilidad por valor de 1 millón de dólares y el pago de unos honorarios equivalentes a $1,500 por servicios policiales”, hechos que vulneraban los derechos de los organizadores del desfile.
Además, le dejó bien claro al comisionado que la ACLU SoCal llevaría el caso a los tribunales si las condiciones impuestas sobre el permiso no quedaban revocadas. La comisión eliminó algunas, pero no todas las condiciones perjudiciales, Selwyn cumplió su promesa.
Días antes de la fecha programada para el desfile, defendió el caso ante Richard Schauer, juez del Tribunal Superior de Justicia de Los Ángeles. El juez falló claramente a favor de los organizadores del desfile.
“Los homosexuales también son ciudadanos”, dijo el juez Schauer, citando la garantía constitucional por la libertad de expresión. Ordenó que el comisionado retirara sus condiciones.
Perry estaba exultante. “Nadie creía que íbamos a ganar en los tribunales, ¡pero la ACLU nos ganó el caso!” explica. “Ahora había que organizar el desfile”.
El desfile se celebró tal como estaba programado, entre muchos aplausos, risas y lágrimas de felicidad. Hubo algunos gritos por parte de individuos homófobos, pero nada parecido a la violencia que el jefe Davis y los comisarios habían anticipado con tanta seguridad.
Entre los miles de espectadores también era destacable el miedo que los integrantes de la comunidad LGBTQ tenían a ser identificados públicamente: “Nunca había visto tantos hombres con sombreros bien calados y gafas oscuras”, recuerda Perry.
Pero el desfile, y todos los esfuerzos que hubo que realizar para poder llevarlo a cabo, incluida la batalla con el comisionado policial, fue para muchos, según Perry, un punto de inflexión.
“Era el primer evento importante en el que podíamos mostrarnos tal como somos en público”, dice.
El desfile del año siguiente fue el doble de grande.